Basket Case

Para los fans del cine de terror, 1982 es recordado como el año en que un joven de nombre Sam Raimi pone de nueva cuenta la mirada de la crítica y el público sobre este género con la desfachatada forma e inteligente fondo de su ópera prima, El Despertar del Diablo, película que se convertiría en la piedra angular del gore de los años ochenta y punta de lanza de toda una nueva ola de cine de terror independiente -realizado por jóvenes cineastas “educados” por las primeras generaciones de gore-makers-. Sin embargo, son pocos -los más freaks- quienes recuerdan que en ese mismo año vería la luz Basket Case (El Asesino de la Canasta), un filme completamente atípico, tanto como lo era su realizador: Frank Henenlotter.



Nacido en Long Island, comparte el mismo origen de muchos realizadores de la generación ochentera del cine gore, ya que desde niño devoró todo tipo de serie B, aficionándose cada vez más a los productos trash que le eran posible conseguir, convirtiéndose en un coleccionador compulsivo de filmes, póster y demás mercancía que tuviera que ver con el género, llegando a ser considerado un verdadero erudito en la materia. Con él comprobamos -igual que con Sam Raimi- que los nuevos realizadores antes que nada son fans del género.



Desde mediados de los años sesenta, Frank comenzó a darle salida a sus fantasías más oscuras por medio de una cámara súper 8, con la que realizaba artesanales cortometrajes con títulos tan psicotrónicos como Gorilla Queen o Son of Psycho. La dieta cinéfila cotidiana de Henenlotter se nutrió de exploitation, pornografía hardcore, y joyas del gore primigenio como Blood Feast. Todo ese bagaje fílmico poco exquisito perfiló lo que sería su ópera prima, Basket Case, producto también de su propia pluma -filmada en 16 milímetros y con apenas 160 mil dólares de presupuesto-, Frank sabía que debutar en el mundo del cine con un proyecto independiente requería de originalidad y descaro.

Desde el prólogo de la cinta, Henenlotter rompe con las delicadezas. Un hombre -que después sabremos es el doctor Lifflader- es acosado por una presencia en su casa, que jamás vemos a cuadro, acrecentando con ello el misterio acerca de la figura del agresor, quien actúa cobijado por una cámara subjetiva que pone al público de frente al atentado. En el momento en que el hombre es asesinado sólo una mano deforme nos dará información acerca del agresor. De entrada ya sabemos que “eso” no es del todo humano.



Uno de los logros de Basket Case es el de invertir el papel del público. De ser simples observadores de la acción se han convertido en participantes de ella, permitiendo que la entidad agresora actúe en planos subjetivos, haciendo que el espectador se identifique con ella por medio de su único punto de vista. Algo similar a lo que desarrolló el italiano Dario Argento con sus giallos y que en Estados Unidos sólo se había apreciado con la maestría que John Carpeter supo imprimir al prólogo de Halloween, y curiosamente, también en las imposibles cámaras subjetivas de Sam Raimi en El Despertar del Diablo.

Duane llega por vez primera a la ciudad de Nueva York y se instala en un hotel de mala muerte, llevando consigo unas cuantas pertenencias y una gran canasta. El joven constantemente habla sólo, pero dirigiéndose a una persona con la que parece dialogar, y aunque nada se escuche a su alrededor, pronto nos damos cuenta que se dirige a la canasta. En estas escenas, la cámara toma a Duane en planos contrapicados desde adentro de la canasta misma, dándole personalidad, pues Duane le habla mirando directamente a cuadro, es decir, le confiere tangibilidad a lo que sea que haya adentro y que a cada minuto se vuelve una amenaza.





Más adelante, el chico se dirige al consultorio del doctor Needleman, donde conoce a Sharon, a quien invita a salir. Después de ver al médico, regresa por la noche al consultorio llevando su canasta, y una vez dentro, deja salir a lo que hay en ella para que ataque al médico. Nuevamente los planos subjetivos dan presencia a la entidad atacante hasta el momento en que un plano general presenta a la víctima y su verdugo en el mismo cuadro, y en corte directo a otro plano, muestre frontalmente a un extraño monstruo que lo mata brutalmente. La primer aparición de Belial es adecuadamente planeada para que al momento repentino de ser presentado brinde un adecuado momento de horror y repugnancia.



Duane y Belial son hermanos siameses, pero mientras que el primero es un joven normal, éste es sólo una masa amorfa de carne de la que apenas se distingue una malformada cabeza y un par de brazos. Ambos están conectados no sólo físicamente, sino también por habilidades telepáticas, que son perdidas por Duane en el momento en que son separados por tres médicos bajo las ordenes de su padre, que horrorizado por la monstruosidad de Belial pretende salvar únicamente a Duane. Pero el monstruo ha sobrevivido y con la ayuda de su hermano -quien siempre lo ha amado- y de una tía, se vengará dando muerte primero a su padre y después a los médicos.



Pero hay un elemento que enturbia la venganza de Belial: su hermano se ha enamorado de Sharon, y cuando tiene un primer acercamiento romántico con ella, el lazo telepático hace que el monstruoso hermano enfurezca salvajemente destrozando todo a su alrededor y asesinando a un vecino que pretendía robar en su habitación, crimen que Duane puede sentir en su mente. El lazo entre ambos es demasiado fuerte para ser quebrantado.

La frustración del hermano transpira por cada cuadro al tener que correr de su cuarto y de su vida a Sharon, enamorada también de él, pero que desconoce la situación. La venganza de Belial no se consuma únicamente en los médicos, sino también en su propio hermano y de la manera más cruel en la secuencia clímax de la película, que es construida por Henenlotter hábilmente, mezclando el sueño y la realidad por medio de una alternancia de planos en disolvencias que acrecientan el efecto onírico de la secuencia, engañando al público como sigue…



Duane sueña que corre desnudo por Nueva York hasta el departamento de Sharon. Es de noche y ella duerme en cama. Con ternura aparta las sábanas desnudándola y acaricia su busto. Despierta excitado y espantado a la vez para darse cuenta que Belial ha escapado. Las visiones no eran un sueño, sino la conexión mental que tiene con su deforme hermano -el director ha construido dos escenas paralelas con el efecto de ser una sola camuflada como una pesadilla. Duane llega demasiado tarde al departamento de la chica para salvarla. Belial la ha violado y asesinado. De vuelta en el hotel, una lucha entre los hermanos termina trágicamente. Ambos caen por la ventana muriendo uno junto al otro, unidos como siempre lo estuvieron.





Las lecturas acerca de la película discurrieron por varios caminos, pero siempre guardándole un respeto a esta modesta producción independiente sorprendiendo aun al propio director. La revista Fangoria llegaría a calificarla como “una metáfora freudiana en la que Belial es el subconsciente enfurecido capaz de convertir en realidad los más salvajes deseos (parricidio incluido) y Duane es el súper yo que sufre e intenta tomar el control”



Lo que no estaría del todo alejado de la realidad si se aprecia con cuidado la relación entre Duane y Sharon, que no pasa a mayores por la inhibición del chico y que únicamente se concreta por medio de Belial, su otra mitad -física y mental-, capaz de hacer a un lado la represión sexual de Duane.



La falta de recursos y novatez de Henenlotter hacen que la cinta adolezca formalmente de algunas fallas, sobre todo en la dirección de actores -exageradamente sobreactuados- y en ciertos emplazamientos de cámara que resultan confusos. Pero el gran acierto radica en la figura de Belial, que aun estando animado en dos escenas por la vieja técnica de animación cuadro por cuadro y en maquetas miniaturas -lo que le da un aspecto cómico- sus presentaciones son siempre impactantes, partiendo por sus primeros ataques planificados en tomas subjetivas, y más adelante por el acierto de evitar que hable, pues sin la necesidad del diálogo, sus expresiones gestuales y alaridos dan perfecta cuenta de su estado de ánimo: dolor, venganza, rencor y los celos que siente hacia su hermano, y hasta su desesperación por salvarlo de la muerte, siendo él mismo quien paradójicamente lo lleve a ella por propia mano.



Sin embargo, el éxito de taquilla no siempre es el resultado final de las producciones innovadoras, aun cuando se conviertan en películas de culto entre selectos grupos de aficionados y los nombres de los directores sean respetados. Basket Case fue destinada a ser producto de salas de segunda y funciones dobles, lo que no permitió margen alguno de ganancia, situación que orilló a su director a refugiarse en el campo de la publicidad. El posterior éxito de la cinta y una mediana recuperación de costos se dio gracias al mercado del video y de un grupo de cinéfagos de buena cepa que siempre saben valorar productos radicalmente originales.



Arre!